PUC- RJ 2014/2
20 Questões
La escuela permeable
Fragmento adaptado del artículo publicado en el periódico El País (www.elpais.es). Escrito por Elisa Silió e Ivanna Vallespín el día 2 de abril de 2014.
[1] Las familias deben implicarse en la educación de sus hijos. Eso nadie lo duda y los estudios avalan la
mejora de los resultados académicos cuando eso ocurre. Pero no todos los padres están animados a
participar de la vida escolar, ni todos los centros abren sus puertas al exterior para que la formación de
los niños fluya también de fuera a dentro. Se trata, dicen los especialistas, de fomentar las vías de
[5] participación y comunicación entre escuela y familias, mejorar la predisposición a colaborar de ambas
partes y favorecer la conciliación laboral con el horario escolar, como principales medidas. Pero no es
fácil, y cada vez que se menciona un problema educativo, como los malos resultados de los alumnos
españoles en la prueba de resolución de problemas cotidianos, se desentierran las culpas. ¿Qué
responsabilidad tienen las familias y cuánta los docentes?
[10] “Tras unos años en que las familias casi eran apartadas de las escuelas porque se pensaba que la
educación debía quedar solo en manos de expertos, ahora se ha pasado a implicarlas más en todo el
proceso”, explica Ismael Palacín, director de la Fundación Jaume Bofill, experta en temas educativos. Y
añade que “se ha pasado incluso a culpabilizarlas” de los malos resultados de los estudiantes.
De la importancia de la implicación de las familias en el rendimiento de los estudiantes da cuenta el
[15] informe PISA 2009. En aquellos casos en que los padres leían a sus hijos a menudo durante el primer año 15
de primaria, los adolescentes obtuvieron 25 puntos más de media que sus compañeros. Diferentes
estudios coinciden en que los padres cada vez están más encima de los estudios. El 80% de los niños de
primaria reciben ayuda y el 45% de los de secundaria, según la Encuesta sobre los hábitos de estudio de
los niños españoles de TNS Demoscopia.
[20] “Los padres están ahí. No es verdad que deleguen la responsabilidad en la escuela”, afirma tajante Marta 20
Comas, antropóloga, educadora social y directora del estudio de la Fundación Jaume Bofill ¿Cómo
participan madres y padres en la escuela?, realizado a partir de una encuesta a 1.500 familias catalanas
con hijos de hasta 16 años. El informe revela que a más nivel formativo y más poder adquisitivo, las
familias se implican más en todos los ámbitos. Mientras el 73% los padres con estudios primarios asisten
[25] a actividades de la escuela (fiestas o charlas) y el 23% participa activamente en las Asociaciones de 25
madres y padres de alumnos, los porcentajes se elevan al 85% y 30% respectivamente cuando se
poseen títulos universitarios.
La implicación en el caso de familias monoparentales (por problemas de conciliación) y de inmigrantes es
más reducida. En cuanto a este último colectivo, los expertos de la Bofill descartan el argumento de
[30] “choque cultural” para explicar su menor participación y lo justifican en la confluencia de elementos como 30
el bajo nivel económico y formativo con una mayor probabilidad de movilidad o cambio de escuelas
debido al trabajo de los padres. “Pero a iguales condiciones económicas y de movilidad entre inmigrantes
y autóctonos, se igualan también los niveles de participación. El echar raíces y establecer lazos con la
comunidad es clave para superar las barreras de participación”, apunta el informe.
[35] Hay otros motivos, más relacionados con costumbres y hábitos. “Algunos padres desconocen hasta qué 35
punto es correcto implicarse, hay miedo a invadir el terreno del profesorado. Y por parte de los maestros,
hay miedo a que no sea respetado su criterio profesional”, señala Jordi Garreta, profesor de Sociología de
la Educación en la Universidad de Lleida.
“Si el niño tiene problemas en la escuela y no se siente bien, no va a hacer nada por atraer a sus padres
[40] a ese entorno”, añade Maria Jesús Comellas, profesora del Departamento de Pedagogía Aplicada de la 40
Universidad Autónoma de Barcelona. Para esta experta, a veces las propias escuelas levantan muros con
actos tan visibles como no dejar que los padres pasen de la puerta principal, excepto en preescolar o
para las fiestas. “Es una barrera simbólica y afectiva. Esto no ayuda para que los padres establezcan un
vínculo con la escuela. A veces también falla la actitud, porque los profesores están a la defensiva”, tercia
[45] Comellas, que apuesta por abrir nuevas vías de participación a las familias. Una actitud que choca si se
compara con Finlandia, por ejemplo, donde un contribuyente puede sentarse en una silla y seguir una
clase para comprobar si su dinero se invierte bien.
“La relación con la escuela parece más cercana en primaria porque te acercas a buscarles, pero en
realidad es tan opaca y cerrada como en secundaria. No sabes nada de la movilidad de la plantilla, del
[50] fracaso escolar...”, sostiene Isabel Ordaz, de la asociación Otra escuela es posible, que crearon hace seis
años un grupo de padres en Madrid. “La educación de mis hijos es la misma que recibí yo. Memorizar y
memorizar. Algo tiene que cambiar”, añade.
Muchos centros están rompiendo estos muros. En la escuela Els Encants de Barcelona realizan la que
llaman entrada relajada. A las 9 de la mañana y durante media hora los padres pueden entrar en la
[55] clase. Durante este tiempo los profesores aprovechan para contactar individualmente con los padres y el
alumno y mantienen una charla, por ejemplo, sobre cómo han pasado la noche. También se hace
participar a los padres, invitándoles a que hagan alguna actividad relacionada con su profesión. “Si el
padre es economista, puede llevar las cuentas. Si es jardinero, puede ocuparse de las plantas. Si es
cocinero, que se encargue de la comida. Todos los padres deben aportar sus habilidades y capacidades,
[60] sean cual sea su nivel formativo. Y la escuela deber saber darles valor y aprovecharlas”, apunta Comas.
“Los padres se desvinculan cuando los niños crecen y hay que decirles: ‘Oiga, que su hijo no es tan
mayor, que está en una edad muy fastidiada y hay que estar pendiente de él’. Y lo que pasa es que al
final, quien viene a hablar con el tutor es el padre del niño que va bien”, defiende al gremio José Antonio
Martínez, director de la federación de directores de centros públicos. “Existen mecanismos en los centros
[65] para que los padres se informen. Por ejemplo, el programa educativo está en la web. Lo que no podemos
es enfrentarnos profesores y padres”, añade.
Pero la crisis está demoliendo muchas de estas barreras mentales y costumbristas, dejando paso a una
actitud más práctica y de convivencia ante las dificultades económicas. Se empezó por pequeños actos,
como aunar esfuerzos para limpiar el colegio, darle una mano de pintura o arreglar desperfectos. Pero
[70] con el enquistamiento de la crisis y el empobrecimiento de muchas familias, las asociaciones de padres y
madres de alumnos, a pesar de haber perdido la mayoría de las subvenciones públicas, están
organizándose para facilitar libros de texto, becas de comedor o incluso ropa de abrigo para las más
necesitadas.
A la hora de hacer los deberes, la implicación de los padres varía. Se vuelcan al comienzo; lo hacen un
[75] 88% de padres con hijos en los dos primeros cursos de primaria. Este porcentaje retrocede hasta el 60%
al final de este ciclo. En cambio, al acabar la ESO (Escuela Secundaria Obligatoria) solo un 26% ayuda
siempre a su hijo. “A lo mejor piensan que ya son más autónomos, pero posiblemente haría falta una
mayor supervisión”, apuesta Comas. “La ayuda no tiene que centrarse en los contenidos, sino en la
gestión del tiempo, en el interés por lo que sucede en la escuela, en la supervisión de la realización de los
[80] deberes…”, remacha el filósofo José Antonio Marina, presidente de la fundación Universidad de Padres.
Pero, ¿qué papel educativo juega la escuela y cuál la familia? Comellas define los cometidos: “Los
maestros son los especialistas del aprendizaje, tienen unos conocimientos que muchas familias no
poseen. La escuela también es el núcleo de desarrollo social y afectivo. La familia debe aportar estos
vínculos afectivos y enseñar los quehaceres de la vida cotidiana. Enseñar a poner una lavadora o coger
[85] un metro es trabajo de los padres, no de la escuela”. Pero esta experta destaca un “espacio común” entre
ambos lugares, en el que “se ayude al niño a madurar, a hacerlo autónomo y enseñarle a espabilarse”.
“La educación camina sobre dos patas: la instrucción y la formación de la personalidad. De la instrucción
se ocupa la escuela, de la formación de la personalidad, los dos”, opina Marina. “Y cuando los padres se
retiran de estas funciones, los docentes deben compensarlo. Somos los grandes cuidadores de la infancia
[90] y de la adolescencia”.
El objetivo del artículo es
BLUEBERRIES: ONE OF NATURE’S BEST FOODS
[1] Native to North America, blueberries have been part of the human diet for more than 13,000 years, long
before being formally recognized for their healthy and anti-cancer effects. Blueberries are among the best
foods you can eat, and I recommend eating them every day. I have created easy healthy recipes, diet
recipes, smoothie recipes – using blueberries, soy milk, ground flax seed, and other natural foods — that
[5] give my patients a variety of ways to enjoy this wonderful fruit.
Since blueberries contain flavonoids and other specific phytochemicals that help protect against vascular
instability, I instruct my diabetes and heart disease patients to eat fresh blueberries every day and to eat
frozen blueberries in the wintertime.
In general, my food recommendations are based on the nutrient per calorie ratio in a particular food.
[10] More precisely, I am concerned with a food’s micro nutrient per macro nutrient ratio. There are three
macro nutrients — fat, carbohydrate and protein. All foods contain some mix of all three. Macro nutrients
are the source of all calories.
One cup of blueberries contain 80 calories and a whole pint gives you about 225 calories. Like all other
foods, the calories in blueberries come from its macro nutrients — 56 grams of carbohydrate, 1.5 grams
[15] of fat and 2.7 grams of protein. But it is blueberries’ micro nutrient content that packs the most
impressive wallop. Blueberries are packed with tannins, anthocyanins that have been linked to prevention
— and even reversal — of age related mental decline and anti-cancer effects.
Blueberries are the only food so far that has been shown not just to prevent, but actually to reverse
abnormal physical and mental decline, including coordination and balance, in aged animals. The
[20] flavonoids in blueberries — catechin, epicatechin, myricetin, quercetin, ankaempferol — are a mouthful of
strangely spelled words, but more importantly, they are extremely valuable for superior health. And
remember, phytochemicals are not optional nutrients; they are essential for normal function of your
immune system.
Slightly adapted from http://www.drfuhrman.com/library/article12.aspx
The main purpose of the text is:
BLUEBERRIES: ONE OF NATURE’S BEST FOODS
[1] Native to North America, blueberries have been part of the human diet for more than 13,000 years, long
before being formally recognized for their healthy and anti-cancer effects. Blueberries are among the best
foods you can eat, and I recommend eating them every day. I have created easy healthy recipes, diet
recipes, smoothie recipes – using blueberries, soy milk, ground flax seed, and other natural foods — that
[5] give my patients a variety of ways to enjoy this wonderful fruit.
Since blueberries contain flavonoids and other specific phytochemicals that help protect against vascular
instability, I instruct my diabetes and heart disease patients to eat fresh blueberries every day and to eat
frozen blueberries in the wintertime.
In general, my food recommendations are based on the nutrient per calorie ratio in a particular food.
[10] More precisely, I am concerned with a food’s micro nutrient per macro nutrient ratio. There are three
macro nutrients — fat, carbohydrate and protein. All foods contain some mix of all three. Macro nutrients
are the source of all calories.
One cup of blueberries contain 80 calories and a whole pint gives you about 225 calories. Like all other
foods, the calories in blueberries come from its macro nutrients — 56 grams of carbohydrate, 1.5 grams
[15] of fat and 2.7 grams of protein. But it is blueberries’ micro nutrient content that packs the most
impressive wallop. Blueberries are packed with tannins, anthocyanins that have been linked to prevention
— and even reversal — of age related mental decline and anti-cancer effects.
Blueberries are the only food so far that has been shown not just to prevent, but actually to reverse
abnormal physical and mental decline, including coordination and balance, in aged animals. The
[20] flavonoids in blueberries — catechin, epicatechin, myricetin, quercetin, ankaempferol — are a mouthful of
strangely spelled words, but more importantly, they are extremely valuable for superior health. And
remember, phytochemicals are not optional nutrients; they are essential for normal function of your
immune system.
Slightly adapted from http://www.drfuhrman.com/library/article12.aspx
By the first paragraph of the text (lines 1-5), one can already infer the profession of its author. We can say that the author is:
La escuela permeable
Fragmento adaptado del artículo publicado en el periódico El País (www.elpais.es). Escrito por Elisa Silió e Ivanna Vallespín el día 2 de abril de 2014.
[1] Las familias deben implicarse en la educación de sus hijos. Eso nadie lo duda y los estudios avalan la
mejora de los resultados académicos cuando eso ocurre. Pero no todos los padres están animados a
participar de la vida escolar, ni todos los centros abren sus puertas al exterior para que la formación de
los niños fluya también de fuera a dentro. Se trata, dicen los especialistas, de fomentar las vías de
[5] participación y comunicación entre escuela y familias, mejorar la predisposición a colaborar de ambas
partes y favorecer la conciliación laboral con el horario escolar, como principales medidas. Pero no es
fácil, y cada vez que se menciona un problema educativo, como los malos resultados de los alumnos
españoles en la prueba de resolución de problemas cotidianos, se desentierran las culpas. ¿Qué
responsabilidad tienen las familias y cuánta los docentes?
[10] “Tras unos años en que las familias casi eran apartadas de las escuelas porque se pensaba que la
educación debía quedar solo en manos de expertos, ahora se ha pasado a implicarlas más en todo el
proceso”, explica Ismael Palacín, director de la Fundación Jaume Bofill, experta en temas educativos. Y
añade que “se ha pasado incluso a culpabilizarlas” de los malos resultados de los estudiantes.
De la importancia de la implicación de las familias en el rendimiento de los estudiantes da cuenta el
[15] informe PISA 2009. En aquellos casos en que los padres leían a sus hijos a menudo durante el primer año 15
de primaria, los adolescentes obtuvieron 25 puntos más de media que sus compañeros. Diferentes
estudios coinciden en que los padres cada vez están más encima de los estudios. El 80% de los niños de
primaria reciben ayuda y el 45% de los de secundaria, según la Encuesta sobre los hábitos de estudio de
los niños españoles de TNS Demoscopia.
[20] “Los padres están ahí. No es verdad que deleguen la responsabilidad en la escuela”, afirma tajante Marta 20
Comas, antropóloga, educadora social y directora del estudio de la Fundación Jaume Bofill ¿Cómo
participan madres y padres en la escuela?, realizado a partir de una encuesta a 1.500 familias catalanas
con hijos de hasta 16 años. El informe revela que a más nivel formativo y más poder adquisitivo, las
familias se implican más en todos los ámbitos. Mientras el 73% los padres con estudios primarios asisten
[25] a actividades de la escuela (fiestas o charlas) y el 23% participa activamente en las Asociaciones de 25
madres y padres de alumnos, los porcentajes se elevan al 85% y 30% respectivamente cuando se
poseen títulos universitarios.
La implicación en el caso de familias monoparentales (por problemas de conciliación) y de inmigrantes es
más reducida. En cuanto a este último colectivo, los expertos de la Bofill descartan el argumento de
[30] “choque cultural” para explicar su menor participación y lo justifican en la confluencia de elementos como 30
el bajo nivel económico y formativo con una mayor probabilidad de movilidad o cambio de escuelas
debido al trabajo de los padres. “Pero a iguales condiciones económicas y de movilidad entre inmigrantes
y autóctonos, se igualan también los niveles de participación. El echar raíces y establecer lazos con la
comunidad es clave para superar las barreras de participación”, apunta el informe.
[35] Hay otros motivos, más relacionados con costumbres y hábitos. “Algunos padres desconocen hasta qué 35
punto es correcto implicarse, hay miedo a invadir el terreno del profesorado. Y por parte de los maestros,
hay miedo a que no sea respetado su criterio profesional”, señala Jordi Garreta, profesor de Sociología de
la Educación en la Universidad de Lleida.
“Si el niño tiene problemas en la escuela y no se siente bien, no va a hacer nada por atraer a sus padres
[40] a ese entorno”, añade Maria Jesús Comellas, profesora del Departamento de Pedagogía Aplicada de la 40
Universidad Autónoma de Barcelona. Para esta experta, a veces las propias escuelas levantan muros con
actos tan visibles como no dejar que los padres pasen de la puerta principal, excepto en preescolar o
para las fiestas. “Es una barrera simbólica y afectiva. Esto no ayuda para que los padres establezcan un
vínculo con la escuela. A veces también falla la actitud, porque los profesores están a la defensiva”, tercia
[45] Comellas, que apuesta por abrir nuevas vías de participación a las familias. Una actitud que choca si se
compara con Finlandia, por ejemplo, donde un contribuyente puede sentarse en una silla y seguir una
clase para comprobar si su dinero se invierte bien.
“La relación con la escuela parece más cercana en primaria porque te acercas a buscarles, pero en
realidad es tan opaca y cerrada como en secundaria. No sabes nada de la movilidad de la plantilla, del
[50] fracaso escolar...”, sostiene Isabel Ordaz, de la asociación Otra escuela es posible, que crearon hace seis
años un grupo de padres en Madrid. “La educación de mis hijos es la misma que recibí yo. Memorizar y
memorizar. Algo tiene que cambiar”, añade.
Muchos centros están rompiendo estos muros. En la escuela Els Encants de Barcelona realizan la que
llaman entrada relajada. A las 9 de la mañana y durante media hora los padres pueden entrar en la
[55] clase. Durante este tiempo los profesores aprovechan para contactar individualmente con los padres y el
alumno y mantienen una charla, por ejemplo, sobre cómo han pasado la noche. También se hace
participar a los padres, invitándoles a que hagan alguna actividad relacionada con su profesión. “Si el
padre es economista, puede llevar las cuentas. Si es jardinero, puede ocuparse de las plantas. Si es
cocinero, que se encargue de la comida. Todos los padres deben aportar sus habilidades y capacidades,
[60] sean cual sea su nivel formativo. Y la escuela deber saber darles valor y aprovecharlas”, apunta Comas.
“Los padres se desvinculan cuando los niños crecen y hay que decirles: ‘Oiga, que su hijo no es tan
mayor, que está en una edad muy fastidiada y hay que estar pendiente de él’. Y lo que pasa es que al
final, quien viene a hablar con el tutor es el padre del niño que va bien”, defiende al gremio José Antonio
Martínez, director de la federación de directores de centros públicos. “Existen mecanismos en los centros
[65] para que los padres se informen. Por ejemplo, el programa educativo está en la web. Lo que no podemos
es enfrentarnos profesores y padres”, añade.
Pero la crisis está demoliendo muchas de estas barreras mentales y costumbristas, dejando paso a una
actitud más práctica y de convivencia ante las dificultades económicas. Se empezó por pequeños actos,
como aunar esfuerzos para limpiar el colegio, darle una mano de pintura o arreglar desperfectos. Pero
[70] con el enquistamiento de la crisis y el empobrecimiento de muchas familias, las asociaciones de padres y
madres de alumnos, a pesar de haber perdido la mayoría de las subvenciones públicas, están
organizándose para facilitar libros de texto, becas de comedor o incluso ropa de abrigo para las más
necesitadas.
A la hora de hacer los deberes, la implicación de los padres varía. Se vuelcan al comienzo; lo hacen un
[75] 88% de padres con hijos en los dos primeros cursos de primaria. Este porcentaje retrocede hasta el 60%
al final de este ciclo. En cambio, al acabar la ESO (Escuela Secundaria Obligatoria) solo un 26% ayuda
siempre a su hijo. “A lo mejor piensan que ya son más autónomos, pero posiblemente haría falta una
mayor supervisión”, apuesta Comas. “La ayuda no tiene que centrarse en los contenidos, sino en la
gestión del tiempo, en el interés por lo que sucede en la escuela, en la supervisión de la realización de los
[80] deberes…”, remacha el filósofo José Antonio Marina, presidente de la fundación Universidad de Padres.
Pero, ¿qué papel educativo juega la escuela y cuál la familia? Comellas define los cometidos: “Los
maestros son los especialistas del aprendizaje, tienen unos conocimientos que muchas familias no
poseen. La escuela también es el núcleo de desarrollo social y afectivo. La familia debe aportar estos
vínculos afectivos y enseñar los quehaceres de la vida cotidiana. Enseñar a poner una lavadora o coger
[85] un metro es trabajo de los padres, no de la escuela”. Pero esta experta destaca un “espacio común” entre
ambos lugares, en el que “se ayude al niño a madurar, a hacerlo autónomo y enseñarle a espabilarse”.
“La educación camina sobre dos patas: la instrucción y la formación de la personalidad. De la instrucción
se ocupa la escuela, de la formación de la personalidad, los dos”, opina Marina. “Y cuando los padres se
retiran de estas funciones, los docentes deben compensarlo. Somos los grandes cuidadores de la infancia
[90] y de la adolescencia”.
El título “La escuela permeable” se refiere a la idea central del artículo que es
La escuela permeable
Fragmento adaptado del artículo publicado en el periódico El País (www.elpais.es). Escrito por Elisa Silió e Ivanna Vallespín el día 2 de abril de 2014.
[1] Las familias deben implicarse en la educación de sus hijos. Eso nadie lo duda y los estudios avalan la
mejora de los resultados académicos cuando eso ocurre. Pero no todos los padres están animados a
participar de la vida escolar, ni todos los centros abren sus puertas al exterior para que la formación de
los niños fluya también de fuera a dentro. Se trata, dicen los especialistas, de fomentar las vías de
[5] participación y comunicación entre escuela y familias, mejorar la predisposición a colaborar de ambas
partes y favorecer la conciliación laboral con el horario escolar, como principales medidas. Pero no es
fácil, y cada vez que se menciona un problema educativo, como los malos resultados de los alumnos
españoles en la prueba de resolución de problemas cotidianos, se desentierran las culpas. ¿Qué
responsabilidad tienen las familias y cuánta los docentes?
[10] “Tras unos años en que las familias casi eran apartadas de las escuelas porque se pensaba que la
educación debía quedar solo en manos de expertos, ahora se ha pasado a implicarlas más en todo el
proceso”, explica Ismael Palacín, director de la Fundación Jaume Bofill, experta en temas educativos. Y
añade que “se ha pasado incluso a culpabilizarlas” de los malos resultados de los estudiantes.
De la importancia de la implicación de las familias en el rendimiento de los estudiantes da cuenta el
[15] informe PISA 2009. En aquellos casos en que los padres leían a sus hijos a menudo durante el primer año 15
de primaria, los adolescentes obtuvieron 25 puntos más de media que sus compañeros. Diferentes
estudios coinciden en que los padres cada vez están más encima de los estudios. El 80% de los niños de
primaria reciben ayuda y el 45% de los de secundaria, según la Encuesta sobre los hábitos de estudio de
los niños españoles de TNS Demoscopia.
[20] “Los padres están ahí. No es verdad que deleguen la responsabilidad en la escuela”, afirma tajante Marta 20
Comas, antropóloga, educadora social y directora del estudio de la Fundación Jaume Bofill ¿Cómo
participan madres y padres en la escuela?, realizado a partir de una encuesta a 1.500 familias catalanas
con hijos de hasta 16 años. El informe revela que a más nivel formativo y más poder adquisitivo, las
familias se implican más en todos los ámbitos. Mientras el 73% los padres con estudios primarios asisten
[25] a actividades de la escuela (fiestas o charlas) y el 23% participa activamente en las Asociaciones de 25
madres y padres de alumnos, los porcentajes se elevan al 85% y 30% respectivamente cuando se
poseen títulos universitarios.
La implicación en el caso de familias monoparentales (por problemas de conciliación) y de inmigrantes es
más reducida. En cuanto a este último colectivo, los expertos de la Bofill descartan el argumento de
[30] “choque cultural” para explicar su menor participación y lo justifican en la confluencia de elementos como 30
el bajo nivel económico y formativo con una mayor probabilidad de movilidad o cambio de escuelas
debido al trabajo de los padres. “Pero a iguales condiciones económicas y de movilidad entre inmigrantes
y autóctonos, se igualan también los niveles de participación. El echar raíces y establecer lazos con la
comunidad es clave para superar las barreras de participación”, apunta el informe.
[35] Hay otros motivos, más relacionados con costumbres y hábitos. “Algunos padres desconocen hasta qué 35
punto es correcto implicarse, hay miedo a invadir el terreno del profesorado. Y por parte de los maestros,
hay miedo a que no sea respetado su criterio profesional”, señala Jordi Garreta, profesor de Sociología de
la Educación en la Universidad de Lleida.
“Si el niño tiene problemas en la escuela y no se siente bien, no va a hacer nada por atraer a sus padres
[40] a ese entorno”, añade Maria Jesús Comellas, profesora del Departamento de Pedagogía Aplicada de la 40
Universidad Autónoma de Barcelona. Para esta experta, a veces las propias escuelas levantan muros con
actos tan visibles como no dejar que los padres pasen de la puerta principal, excepto en preescolar o
para las fiestas. “Es una barrera simbólica y afectiva. Esto no ayuda para que los padres establezcan un
vínculo con la escuela. A veces también falla la actitud, porque los profesores están a la defensiva”, tercia
[45] Comellas, que apuesta por abrir nuevas vías de participación a las familias. Una actitud que choca si se
compara con Finlandia, por ejemplo, donde un contribuyente puede sentarse en una silla y seguir una
clase para comprobar si su dinero se invierte bien.
“La relación con la escuela parece más cercana en primaria porque te acercas a buscarles, pero en
realidad es tan opaca y cerrada como en secundaria. No sabes nada de la movilidad de la plantilla, del
[50] fracaso escolar...”, sostiene Isabel Ordaz, de la asociación Otra escuela es posible, que crearon hace seis
años un grupo de padres en Madrid. “La educación de mis hijos es la misma que recibí yo. Memorizar y
memorizar. Algo tiene que cambiar”, añade.
Muchos centros están rompiendo estos muros. En la escuela Els Encants de Barcelona realizan la que
llaman entrada relajada. A las 9 de la mañana y durante media hora los padres pueden entrar en la
[55] clase. Durante este tiempo los profesores aprovechan para contactar individualmente con los padres y el
alumno y mantienen una charla, por ejemplo, sobre cómo han pasado la noche. También se hace
participar a los padres, invitándoles a que hagan alguna actividad relacionada con su profesión. “Si el
padre es economista, puede llevar las cuentas. Si es jardinero, puede ocuparse de las plantas. Si es
cocinero, que se encargue de la comida. Todos los padres deben aportar sus habilidades y capacidades,
[60] sean cual sea su nivel formativo. Y la escuela deber saber darles valor y aprovecharlas”, apunta Comas.
“Los padres se desvinculan cuando los niños crecen y hay que decirles: ‘Oiga, que su hijo no es tan
mayor, que está en una edad muy fastidiada y hay que estar pendiente de él’. Y lo que pasa es que al
final, quien viene a hablar con el tutor es el padre del niño que va bien”, defiende al gremio José Antonio
Martínez, director de la federación de directores de centros públicos. “Existen mecanismos en los centros
[65] para que los padres se informen. Por ejemplo, el programa educativo está en la web. Lo que no podemos
es enfrentarnos profesores y padres”, añade.
Pero la crisis está demoliendo muchas de estas barreras mentales y costumbristas, dejando paso a una
actitud más práctica y de convivencia ante las dificultades económicas. Se empezó por pequeños actos,
como aunar esfuerzos para limpiar el colegio, darle una mano de pintura o arreglar desperfectos. Pero
[70] con el enquistamiento de la crisis y el empobrecimiento de muchas familias, las asociaciones de padres y
madres de alumnos, a pesar de haber perdido la mayoría de las subvenciones públicas, están
organizándose para facilitar libros de texto, becas de comedor o incluso ropa de abrigo para las más
necesitadas.
A la hora de hacer los deberes, la implicación de los padres varía. Se vuelcan al comienzo; lo hacen un
[75] 88% de padres con hijos en los dos primeros cursos de primaria. Este porcentaje retrocede hasta el 60%
al final de este ciclo. En cambio, al acabar la ESO (Escuela Secundaria Obligatoria) solo un 26% ayuda
siempre a su hijo. “A lo mejor piensan que ya son más autónomos, pero posiblemente haría falta una
mayor supervisión”, apuesta Comas. “La ayuda no tiene que centrarse en los contenidos, sino en la
gestión del tiempo, en el interés por lo que sucede en la escuela, en la supervisión de la realización de los
[80] deberes…”, remacha el filósofo José Antonio Marina, presidente de la fundación Universidad de Padres.
Pero, ¿qué papel educativo juega la escuela y cuál la familia? Comellas define los cometidos: “Los
maestros son los especialistas del aprendizaje, tienen unos conocimientos que muchas familias no
poseen. La escuela también es el núcleo de desarrollo social y afectivo. La familia debe aportar estos
vínculos afectivos y enseñar los quehaceres de la vida cotidiana. Enseñar a poner una lavadora o coger
[85] un metro es trabajo de los padres, no de la escuela”. Pero esta experta destaca un “espacio común” entre
ambos lugares, en el que “se ayude al niño a madurar, a hacerlo autónomo y enseñarle a espabilarse”.
“La educación camina sobre dos patas: la instrucción y la formación de la personalidad. De la instrucción
se ocupa la escuela, de la formación de la personalidad, los dos”, opina Marina. “Y cuando los padres se
retiran de estas funciones, los docentes deben compensarlo. Somos los grandes cuidadores de la infancia
[90] y de la adolescencia”.
Señala la única afirmación que NO se adecua a lo que éste expresa:
BLUEBERRIES: ONE OF NATURE’S BEST FOODS
[1] Native to North America, blueberries have been part of the human diet for more than 13,000 years, long
before being formally recognized for their healthy and anti-cancer effects. Blueberries are among the best
foods you can eat, and I recommend eating them every day. I have created easy healthy recipes, diet
recipes, smoothie recipes – using blueberries, soy milk, ground flax seed, and other natural foods — that
[5] give my patients a variety of ways to enjoy this wonderful fruit.
Since blueberries contain flavonoids and other specific phytochemicals that help protect against vascular
instability, I instruct my diabetes and heart disease patients to eat fresh blueberries every day and to eat
frozen blueberries in the wintertime.
In general, my food recommendations are based on the nutrient per calorie ratio in a particular food.
[10] More precisely, I am concerned with a food’s micro nutrient per macro nutrient ratio. There are three
macro nutrients — fat, carbohydrate and protein. All foods contain some mix of all three. Macro nutrients
are the source of all calories.
One cup of blueberries contain 80 calories and a whole pint gives you about 225 calories. Like all other
foods, the calories in blueberries come from its macro nutrients — 56 grams of carbohydrate, 1.5 grams
[15] of fat and 2.7 grams of protein. But it is blueberries’ micro nutrient content that packs the most
impressive wallop. Blueberries are packed with tannins, anthocyanins that have been linked to prevention
— and even reversal — of age related mental decline and anti-cancer effects.
Blueberries are the only food so far that has been shown not just to prevent, but actually to reverse
abnormal physical and mental decline, including coordination and balance, in aged animals. The
[20] flavonoids in blueberries — catechin, epicatechin, myricetin, quercetin, ankaempferol — are a mouthful of
strangely spelled words, but more importantly, they are extremely valuable for superior health. And
remember, phytochemicals are not optional nutrients; they are essential for normal function of your
immune system.
Slightly adapted from http://www.drfuhrman.com/library/article12.aspx
The word “since” in “Since blueberries contain” (line 6) introduces an idea of: