Enfermos de ocio: el precio de tomarse 20 días de vacaciones
Kristin Suleng
El síndrome del tiempo libre existe. Sea verano o
invierno, no pocos se sienten escacharrados nada más
empezar las ansiadas vacaciones. Cuando placeres
como tener el despertador apagado, tumbarse en la
arena de la playa o llegar a la habitación del hotel
se tornan en un suplicio por culpa de un malestar
general de pies a cabeza, una sensación de náuseas
o de síntomas que anuncian una gripe sin motivo
aparente, puede que sufra la enfermedad del ocio.
La denominación, real, aunque suene a chanza de
El Mundo Today, podría dar luz sobre las posibles
razones, todavía inexplicables para la ciencia,
que impiden al organismo saborear el descanso
vacacional tras haberlo dado todo en el trabajo.
Las vacaciones a veces no son sinónimo de
paz y descanso. El cambio de los hábitos, junto con
las condiciones climáticas, puede trastocar la idílica
pausa a la batalla de los atascos-oficina-casa-familia,
con el riesgo de exponernos a patologías que van
desde las lesiones cutáneas por la exposición solar,
infecciones de hongos o picaduras de insectos; a
procesos gastrointestinales de origen infeccioso o
por intoxicaciones alimenticias y la presencia de
enfermedades importadas de otros países a los que
se ha viajado, como apunta Marta Martínez del Valle,
secretaria de información de la Sociedad Española
de Médicos Generales y de Familia (SEMG).
A ese catálogo de enfermedades hay que añadirle
una nueva complicación: ponerse malo por dejar de
trabajar. Aunque apenas hay artículos científicos que
fundamenten su existencia, como observa la doctora
Martínez del Valle, hace poco más de una década, el
psicólogo holandés Ad Vingerhoets, de la Universidad
de Tilburg, aquejado de la sensación de enfermedad
durante el tiempo libre de los fines de semana y las
navidades, se propuso buscar un patrón de síntomas
como explicación a la falta de energía durante las
vacaciones en personas que nunca enferman durante
el estrés laboral.
Tras encuestar a 1.128 hombres y 765 mujeres,
con edades comprendidas entre los 16 y los 87
años, el estudio estimó que alrededor del 3% de la
población puede padecer este trastorno durante los
fines de semana y las vacaciones con síntomas como
el dolor de cabeza, migrañas, fatiga, daño muscular,
náuseas o un estado similar al resfriado o la gripe. En
la mayoría de casos, los pacientes sufrían el síndrome
durante diez años, surgiendo tras acontecimientos
importantes de la vida, como una boda, el nacimiento
del primer hijo o el cambio de un puesto de trabajo.
Según el estudio, el perfil medio del enfermo del
ocio se define por el perfeccionismo y la ansiedad por
avanzar, una excesiva carga de faena y un gran sentido
de la responsabilidad, características que hacen muy
difícil desconectar del trabajo. La preocupación por
el mundo externo cuando trabajamos compite con la
información del propio cuerpo, afirma el autor de la
investigación, de forma que en ambientes de estrés
nuestra atención se desvía de los posibles síntomas
problemáticos, mas, por el contrario, los momentos
de relajación o aburrimiento favorecen la alerta sobre
las señales del organismo. Esta condición podría
demostrar la capacidad de los individuos de posponer
la enfermedad a un momento más adecuado, al
tiempo que aportaría un valor positivo al estrés como
factor de resistencia a patologías, contra la creencia
popular.
(...)
KRISTIN, Suleng. Cest: www.elpaís.es. 15 jul. 2015. 12:08
En el fragmento “Aunque apenas hay artículos científicos que fundamenten su existencia, como observa la doctora Martínez del Valle, hace poco más de una década, el psicólogo holandés Ad Vingerhoets, de la Universidad de Tilburg, aquejado de la sensación de enfermedad durante el tiempo libre de los fines de semana y las navidades, se propuso buscar un patrón de síntomas como explicación a la falta de energía durante las vacaciones en personas que nunca enferman durante el estrés laboral” (líneas 30- 39) la conjunción “aunque” establece respecto a lo dicho anteriormente una relación de