Elogio de lo inútil
Sócrates se puso a ensayar con su flauta mientras el verdugo le preparaba la cicuta. Un alumno le preguntó por qué hacía eso en sus últimos momentos y el filósofo le contestó: porque quiero morir sabiendo tocar la flauta.
La anécdota del sabio ateniense refleja el amor al conocimiento que va más allá del utilitarismo imperante en la sociedad occidental, por el que los bienes solo se miden en función de su valor económico. Ser el dueño de un Ferrari es algo muy preciado pero nadie considera como una posesión saber disfrutar de una sinfonía, leer a los clásicos o contemplar un atardecer porque son cosas que no resultan cuantificables y, por tanto, carecen de valor.
Somos educados en la idea de que nuestra felicidad depende del dinero y de la acumulación de objetos materiales, pero pocos se dan cuenta de que el disfrute de la vida depende mucho más de los conocimientos que no tienen ninguna utilidad ni sentido práctico que de la habilidad para engrosar la cuenta corriente.
Este desprecio a la cultura, considerada como algo inútil, ha llevado al progresivo arrinconamiento de los saberes humanísticos en nuestro sistema escolar, en el que disciplinas como el latín, el arte y la filosofía son expulsadas para promover asignaturas que huyen de la abstracción de estos conocimientos. Peor todavía, nuestra sociedad rinde culto a la economía y a las finanzas elevadas a la categoría de ciencia cuando lo que hemos visto estos años es cómo esa hipertrofia del mercado y las leyes de la utilidad nos han llevado al desastre.
A diferencia de los productos financieros, que pueden convertirnos en pobres de la noche a la mañana, la cultura siempre nos hace felices: libros, discos, películas nos proporcionan muchas veces los mejores ratos de nuestra vida. Siempre están ahí, a nuestra disposición. Además, estas aficiones inútiles e improductivas sirven para enseñarnos a vivir y para que sepamos distinguir entre lo esencial y lo accesorio. La cultura nos ayuda a entendernos y a saber quiénes somos, de suerte que hay más conocimiento encerrado en La Ilíada que en un millar de manuales de economía. Solo cuando se conoce la inutilidad puede empezar a hablarse de la utilidad.
Blog de Pedro G. Cuartango 10/02/2014
“Solo cuando se conoce la inutilidad puede empezar a hablarse de la utilidad” (último párrafo del texto). El segmento destacado en la frase que presenta la forma pronominal “se” podría también haberse construido, siguiendo la norma de la lengua española, como: