PUC- RJ 2012 Inverno - Manhã
20 Questões
Cómo el "discurso materno" condiciona nuestra vida adulta sin que nos demos cuenta
Emol
22 de abril de 2012.
[1] "Rosario es muy buena, llora muy poco y prácticamente nunca hace pataletas". "Pablo es terrible, es
atarantado y no piensa antes de actuar". Es común que los padres se refieran a sus hijos con frases
parecidas a éstas, pensando que es sólo una opinión y que no le hacen mal a nadie. Pero, ¡cuidado!,
porque se trata de dichos que a la larga pueden condicionar la vida adulta de una persona.
[5] Así l o plantea la terapeuta familiar argentina Laura Gutman en su libro "El poder del discurso materno"
(Del Nuevo Extremo), cuyo objetivo es ayudar a las personas a comprenderse más. Según la autora,
apenas nacemos e incluso antes, los adultos determinan "cómo somos" al ponernos un "título":
caprichoso, llorón, tímido, divertido, etc. Sin embargo, esto suele ser una proyección del propio adulto
que se va quedando con el tiempo y que, en definitiva, hace que pensemos, sintamos e interpretemos la
[10] vida desde un punto de vista "prestado".
"De ese 'discurso' dependerá si nos consideramos buenos o muy malos, si creemos que somos
generosos, inteligentes o tontos, si somos astutos, débiles o perezosos", explica Gutman. La especialista
agrega que en la mayoría de los casos el "discurso" que se instala pertenece a la madre, pero es posible
que también opere el del padre o incluso el de la abuela, si ésta ha sido una figura muy importante en la
[15] historia familiar.
La terapeuta familiar acompaña procesos de indagación personal de quienes acuden a ella para saber
quiénes son y relata que en estos casos el primer paso es hacer preguntas puntuales sobre su infancia,
para determinar el nivel de "maternaje" que ha recibido. En este sentido, afirma que si la persona recibió
suficiente amparo, los recuerdos fluirán con sencillez. Sí no fue así, los recuerdos estarán teñidos de aquello
[20] que haya sido nombrado durante su infancia "y casi siempre va a aparecer el discurso de la madre".
Tras pasar por su adolescencia, sus relaciones con mujeres (en el caso de que se trate de un hombre), su
relación actual con su madre, etc., Gutman o alguno de los profesionales que trabajan con ella están en
condiciones de ponerle a la persona "las cartas sobre la mesa", de manera que pueda mirar el panorama
completo. En el fondo, lo que se hace es comparar el discurso materno con la vivencia de la persona,
[25] para que así ésta pueda tomar decisiones en su vida.
"Cada individuo trae un universo de relaciones, específico y original. El arte está en ser capaces de
descubrir la 'trama interna' en lugar de fascinarse y elaborar interpretaciones dentro de las historias
aprendidas que todo individuo carga en la mochila de la 'historia oficial'", postula la especialista.
¿Cómo lograr no imponer un "discurso" sobre los hijos?
[30] Aunque la autora asegura que su libro no se trata de la crianza de los niños, sí dedica un espacio para
ayudar a los padres a no imponerles a sus hijos sus propias proyecciones. En este sentido, sostiene que
si lo que se busca es "criarlos libres", esto no significa permitirles elegir sus juguetes o su ropa, sino que
lo que realmente importa es que los hijos puedan contar con "el apoyo y la mirada suficientemente limpia
de sus padres".
[35] Un primer paso para lograr esto -dice Laura Gutman- es que los padres indaguen sobre su historia, es
decir, que reconozcan su "sombra". "Estar dispuestos a ingresar en los territorios dolorosos y olvidados
de la conciencia. Confrontar con los hechos acaecidos durante nuestra infancia, sabiendo que ahora -
siendo adultos- tenemos los recursos suficientes, y que nada demasiado malo nos puede suceder",
explica. Según la terapeuta familiar, esto puede resultar doloroso, pero les ayudará a los padres a tomar
[40] decisiones más saludables.
Asimismo, la especialista recomienda a los padres que se cuestionen a sí mismos, que dejen de actuar de
manera automática, que reconozcan sus personajes y los guiones que siguen, lo que les permitirá decidir
no funcionar así e intentar otros modos más creativos y ricos. "Sólo entonces seremos capaces de mirar a
nuestros hijos con mayor apertura y sin tantos prejuicios, es decir, sin prejuzgarlos antes de observarlos
[45] y acompañarlos. En lugar de interpretar cada cosa que hacen y que no nos gusta, en lugar de encerrarlos
en personajes que nos calman porque los tenemos rápidamente ubicados... podremos simplemente
nombrar cuidadosamente aquello que les sucede, dándoles todo el valor real de eso que les sucede",
sostiene Gutman.
La terapeuta familiar ilustra lo que plantea con un ejemplo: "Si a un niño pequeño en lugar de decirle
[50] 'qué perezoso que eres, igual a tu padre', le preguntamos: '¿No tienes ganas de ir a la escuela? ¿Es
porque te molestan los niños?', las cosas cambian radicalmente. El niño no se calza el traje de 'perezoso
que no le hace caso a sus padres', ni ningún otro traje".
Laura Gutman advierte que lograr no imponer un discurso sobre los hijos requiere un entrenamiento
cotidiano y un permanente cuestionamiento personal; es trabajoso y comprometido; puede llevar años
[55] implementarlo de manera automática. Sin embargo, la especialista recalca que a su juicio "es el único
trabajo que nos va a ayudar a salir de los fundamentalismos (crianza con apego, crianza natural,
naturismo, co-lecho, lactancia prolongada, etc.) que son muy bonitos y políticamente correctos, pero que
funcionan también como refugios para los personajes más diversos".
En definitiva, lo que la terapeuta propone a los padres es que sean "libres", que tomen las riendas de su
[60] vida. "A partir de ese momento, seremos totalmente responsables de las decisiones que tomemos en
nuestra vida, en todas las áreas, incluida la capacidad de no encerrar a nuestros hijos -si los tenemos- en
los personajes que nos resulten funcionales", concluye.
El artículo tiene como principal objetivo
Why French Parents Are Superior (in One Way)
By Karen Le Billon
[1] Consider this: Our children are three times more likely to be overweight than French
children. In fact, we lead the world in producing overweight children, but the French
have one of the lowest rates of overweight children in the developed world.
The causes of obesity are complex, but what we eat is undoubtedly a factor. Because of
[5] poor eating habits, the current generation of American children will suffer far more
health problems — and perhaps have a shorter life expectancy — than their parents. We
may be teaching our kids to eat themselves into an early grave.
The reason lies in how we teach our kids to eat. I say this from personal experience:
together with our two daughters we’ve divided our time between France and North
[10] America for the better part of two decades. Our daughters have been in school and
daycare — and I’ve taught in universities — in both places. So I’ve seen French
children in action from cradle to college.
French parents teach their children to eat like we teach our kids to read: with love,
patience and firm persistence they expose their children to a wide variety of tastes,
[15] flavors and textures that are the building blocks of a varied, healthy diet. Pediatricianrecommended
first foods for French babies are leek soup, endive, spinach and beets (not
bland rice cereal — have you ever tasted that stuff?). They teach their children that
“good for you foods” taste good (broccoli – yum!), whereas we often do the opposite.
The result is a nation of healthy eaters: 6 million French children sit down every day
[20] to school lunches featuring dishes like cauliflower casserole, baked endive, beet salad
and broccoli. Vending machines and fast food are banned, and flavored milk is not an
option. To introduce kids to a wide variety of foods, no dish can be repeated more than
once per month. Food for thought.
French children are also trained to think about how to eat. The French won’t ask a child,
[25] for example, “Are you full,” but rather “Are you still hungry” — a very different
feeling. This is one example of French Food Rules (as I call them): codified common
sense based in a rich food culture, backed up by a century of science.
Another example: French kids snack only once a day. France’s official food guide
emphatically recommends no snacking, and TV snack food ads carry a banner (much
[30] like cigarettes) warning that snacking between meals is bad for your health. Snacking,
the French feel, creates unregulated eating habits that are difficult to change later in life.
Given that our increased calorie consumption over the past 20 years has come largely
from snacking, they may have a point.
Just in case you were wondering, diets for French children are relatively rare; few of
[35] them need it. Nor are they deprived of treats: “food is fun” is the Golden Rule of French
eating. Moderation, not deprivation — along with viewing food as a source of
pleasure, a fun family adventure — is the core of French food culture. The French
worry less about nutrients and calories, and instead concentrate on teaching their
children to love food; c’est normal!, given that food is one of life’s great shared
[40] pleasures.
We saw the results in our own family during the year we lived in France. Our children
went from being absurdly picky eaters to loving many vegetables, from beets and
broccoli to creamed spinach. They, in turn, inspired me to change the way I ate. When
we’re not living in France, we continue (and adapt) the French approach to eating. This
[45] doesn’t mean we need to eat French food. Rather, we’ve learned some useful life
lessons about how and why to eat.
So we don’t need to parent like the French. But we should be asking ourselves what
we could learn from them about children and food. It’s a conversation worth having,
because a lot is at stake.
Karen Le Billon is the author of French Children Eat Everything. April 13, 2012, 10:22 AM
The author’s main purpose in this text is to
Cómo el "discurso materno" condiciona nuestra vida adulta sin que nos demos cuenta
Emol
22 de abril de 2012.
[1] "Rosario es muy buena, llora muy poco y prácticamente nunca hace pataletas". "Pablo es terrible, es
atarantado y no piensa antes de actuar". Es común que los padres se refieran a sus hijos con frases
parecidas a éstas, pensando que es sólo una opinión y que no le hacen mal a nadie. Pero, ¡cuidado!,
porque se trata de dichos que a la larga pueden condicionar la vida adulta de una persona.
[5] Así l o plantea la terapeuta familiar argentina Laura Gutman en su libro "El poder del discurso materno"
(Del Nuevo Extremo), cuyo objetivo es ayudar a las personas a comprenderse más. Según la autora,
apenas nacemos e incluso antes, los adultos determinan "cómo somos" al ponernos un "título":
caprichoso, llorón, tímido, divertido, etc. Sin embargo, esto suele ser una proyección del propio adulto
que se va quedando con el tiempo y que, en definitiva, hace que pensemos, sintamos e interpretemos la
[10] vida desde un punto de vista "prestado".
"De ese 'discurso' dependerá si nos consideramos buenos o muy malos, si creemos que somos
generosos, inteligentes o tontos, si somos astutos, débiles o perezosos", explica Gutman. La especialista
agrega que en la mayoría de los casos el "discurso" que se instala pertenece a la madre, pero es posible
que también opere el del padre o incluso el de la abuela, si ésta ha sido una figura muy importante en la
[15] historia familiar.
La terapeuta familiar acompaña procesos de indagación personal de quienes acuden a ella para saber
quiénes son y relata que en estos casos el primer paso es hacer preguntas puntuales sobre su infancia,
para determinar el nivel de "maternaje" que ha recibido. En este sentido, afirma que si la persona recibió
suficiente amparo, los recuerdos fluirán con sencillez. Sí no fue así, los recuerdos estarán teñidos de aquello
[20] que haya sido nombrado durante su infancia "y casi siempre va a aparecer el discurso de la madre".
Tras pasar por su adolescencia, sus relaciones con mujeres (en el caso de que se trate de un hombre), su
relación actual con su madre, etc., Gutman o alguno de los profesionales que trabajan con ella están en
condiciones de ponerle a la persona "las cartas sobre la mesa", de manera que pueda mirar el panorama
completo. En el fondo, lo que se hace es comparar el discurso materno con la vivencia de la persona,
[25] para que así ésta pueda tomar decisiones en su vida.
"Cada individuo trae un universo de relaciones, específico y original. El arte está en ser capaces de
descubrir la 'trama interna' en lugar de fascinarse y elaborar interpretaciones dentro de las historias
aprendidas que todo individuo carga en la mochila de la 'historia oficial'", postula la especialista.
¿Cómo lograr no imponer un "discurso" sobre los hijos?
[30] Aunque la autora asegura que su libro no se trata de la crianza de los niños, sí dedica un espacio para
ayudar a los padres a no imponerles a sus hijos sus propias proyecciones. En este sentido, sostiene que
si lo que se busca es "criarlos libres", esto no significa permitirles elegir sus juguetes o su ropa, sino que
lo que realmente importa es que los hijos puedan contar con "el apoyo y la mirada suficientemente limpia
de sus padres".
[35] Un primer paso para lograr esto -dice Laura Gutman- es que los padres indaguen sobre su historia, es
decir, que reconozcan su "sombra". "Estar dispuestos a ingresar en los territorios dolorosos y olvidados
de la conciencia. Confrontar con los hechos acaecidos durante nuestra infancia, sabiendo que ahora -
siendo adultos- tenemos los recursos suficientes, y que nada demasiado malo nos puede suceder",
explica. Según la terapeuta familiar, esto puede resultar doloroso, pero les ayudará a los padres a tomar
[40] decisiones más saludables.
Asimismo, la especialista recomienda a los padres que se cuestionen a sí mismos, que dejen de actuar de
manera automática, que reconozcan sus personajes y los guiones que siguen, lo que les permitirá decidir
no funcionar así e intentar otros modos más creativos y ricos. "Sólo entonces seremos capaces de mirar a
nuestros hijos con mayor apertura y sin tantos prejuicios, es decir, sin prejuzgarlos antes de observarlos
[45] y acompañarlos. En lugar de interpretar cada cosa que hacen y que no nos gusta, en lugar de encerrarlos
en personajes que nos calman porque los tenemos rápidamente ubicados... podremos simplemente
nombrar cuidadosamente aquello que les sucede, dándoles todo el valor real de eso que les sucede",
sostiene Gutman.
La terapeuta familiar ilustra lo que plantea con un ejemplo: "Si a un niño pequeño en lugar de decirle
[50] 'qué perezoso que eres, igual a tu padre', le preguntamos: '¿No tienes ganas de ir a la escuela? ¿Es
porque te molestan los niños?', las cosas cambian radicalmente. El niño no se calza el traje de 'perezoso
que no le hace caso a sus padres', ni ningún otro traje".
Laura Gutman advierte que lograr no imponer un discurso sobre los hijos requiere un entrenamiento
cotidiano y un permanente cuestionamiento personal; es trabajoso y comprometido; puede llevar años
[55] implementarlo de manera automática. Sin embargo, la especialista recalca que a su juicio "es el único
trabajo que nos va a ayudar a salir de los fundamentalismos (crianza con apego, crianza natural,
naturismo, co-lecho, lactancia prolongada, etc.) que son muy bonitos y políticamente correctos, pero que
funcionan también como refugios para los personajes más diversos".
En definitiva, lo que la terapeuta propone a los padres es que sean "libres", que tomen las riendas de su
[60] vida. "A partir de ese momento, seremos totalmente responsables de las decisiones que tomemos en
nuestra vida, en todas las áreas, incluida la capacidad de no encerrar a nuestros hijos -si los tenemos- en
los personajes que nos resulten funcionales", concluye.
Señala la única afirmación falsa o que no se menciona en el texto:
Why French Parents Are Superior (in One Way)
By Karen Le Billon
[1] Consider this: Our children are three times more likely to be overweight than French
children. In fact, we lead the world in producing overweight children, but the French
have one of the lowest rates of overweight children in the developed world.
The causes of obesity are complex, but what we eat is undoubtedly a factor. Because of
[5] poor eating habits, the current generation of American children will suffer far more
health problems — and perhaps have a shorter life expectancy — than their parents. We
may be teaching our kids to eat themselves into an early grave.
The reason lies in how we teach our kids to eat. I say this from personal experience:
together with our two daughters we’ve divided our time between France and North
[10] America for the better part of two decades. Our daughters have been in school and
daycare — and I’ve taught in universities — in both places. So I’ve seen French
children in action from cradle to college.
French parents teach their children to eat like we teach our kids to read: with love,
patience and firm persistence they expose their children to a wide variety of tastes,
[15] flavors and textures that are the building blocks of a varied, healthy diet. Pediatricianrecommended
first foods for French babies are leek soup, endive, spinach and beets (not
bland rice cereal — have you ever tasted that stuff?). They teach their children that
“good for you foods” taste good (broccoli – yum!), whereas we often do the opposite.
The result is a nation of healthy eaters: 6 million French children sit down every day
[20] to school lunches featuring dishes like cauliflower casserole, baked endive, beet salad
and broccoli. Vending machines and fast food are banned, and flavored milk is not an
option. To introduce kids to a wide variety of foods, no dish can be repeated more than
once per month. Food for thought.
French children are also trained to think about how to eat. The French won’t ask a child,
[25] for example, “Are you full,” but rather “Are you still hungry” — a very different
feeling. This is one example of French Food Rules (as I call them): codified common
sense based in a rich food culture, backed up by a century of science.
Another example: French kids snack only once a day. France’s official food guide
emphatically recommends no snacking, and TV snack food ads carry a banner (much
[30] like cigarettes) warning that snacking between meals is bad for your health. Snacking,
the French feel, creates unregulated eating habits that are difficult to change later in life.
Given that our increased calorie consumption over the past 20 years has come largely
from snacking, they may have a point.
Just in case you were wondering, diets for French children are relatively rare; few of
[35] them need it. Nor are they deprived of treats: “food is fun” is the Golden Rule of French
eating. Moderation, not deprivation — along with viewing food as a source of
pleasure, a fun family adventure — is the core of French food culture. The French
worry less about nutrients and calories, and instead concentrate on teaching their
children to love food; c’est normal!, given that food is one of life’s great shared
[40] pleasures.
We saw the results in our own family during the year we lived in France. Our children
went from being absurdly picky eaters to loving many vegetables, from beets and
broccoli to creamed spinach. They, in turn, inspired me to change the way I ate. When
we’re not living in France, we continue (and adapt) the French approach to eating. This
[45] doesn’t mean we need to eat French food. Rather, we’ve learned some useful life
lessons about how and why to eat.
So we don’t need to parent like the French. But we should be asking ourselves what
we could learn from them about children and food. It’s a conversation worth having,
because a lot is at stake.
Karen Le Billon is the author of French Children Eat Everything. April 13, 2012, 10:22 AM
According to paragraph 1, it is correct to say that
Why French Parents Are Superior (in One Way)
By Karen Le Billon
[1] Consider this: Our children are three times more likely to be overweight than French
children. In fact, we lead the world in producing overweight children, but the French
have one of the lowest rates of overweight children in the developed world.
The causes of obesity are complex, but what we eat is undoubtedly a factor. Because of
[5] poor eating habits, the current generation of American children will suffer far more
health problems — and perhaps have a shorter life expectancy — than their parents. We
may be teaching our kids to eat themselves into an early grave.
The reason lies in how we teach our kids to eat. I say this from personal experience:
together with our two daughters we’ve divided our time between France and North
[10] America for the better part of two decades. Our daughters have been in school and
daycare — and I’ve taught in universities — in both places. So I’ve seen French
children in action from cradle to college.
French parents teach their children to eat like we teach our kids to read: with love,
patience and firm persistence they expose their children to a wide variety of tastes,
[15] flavors and textures that are the building blocks of a varied, healthy diet. Pediatricianrecommended
first foods for French babies are leek soup, endive, spinach and beets (not
bland rice cereal — have you ever tasted that stuff?). They teach their children that
“good for you foods” taste good (broccoli – yum!), whereas we often do the opposite.
The result is a nation of healthy eaters: 6 million French children sit down every day
[20] to school lunches featuring dishes like cauliflower casserole, baked endive, beet salad
and broccoli. Vending machines and fast food are banned, and flavored milk is not an
option. To introduce kids to a wide variety of foods, no dish can be repeated more than
once per month. Food for thought.
French children are also trained to think about how to eat. The French won’t ask a child,
[25] for example, “Are you full,” but rather “Are you still hungry” — a very different
feeling. This is one example of French Food Rules (as I call them): codified common
sense based in a rich food culture, backed up by a century of science.
Another example: French kids snack only once a day. France’s official food guide
emphatically recommends no snacking, and TV snack food ads carry a banner (much
[30] like cigarettes) warning that snacking between meals is bad for your health. Snacking,
the French feel, creates unregulated eating habits that are difficult to change later in life.
Given that our increased calorie consumption over the past 20 years has come largely
from snacking, they may have a point.
Just in case you were wondering, diets for French children are relatively rare; few of
[35] them need it. Nor are they deprived of treats: “food is fun” is the Golden Rule of French
eating. Moderation, not deprivation — along with viewing food as a source of
pleasure, a fun family adventure — is the core of French food culture. The French
worry less about nutrients and calories, and instead concentrate on teaching their
children to love food; c’est normal!, given that food is one of life’s great shared
[40] pleasures.
We saw the results in our own family during the year we lived in France. Our children
went from being absurdly picky eaters to loving many vegetables, from beets and
broccoli to creamed spinach. They, in turn, inspired me to change the way I ate. When
we’re not living in France, we continue (and adapt) the French approach to eating. This
[45] doesn’t mean we need to eat French food. Rather, we’ve learned some useful life
lessons about how and why to eat.
So we don’t need to parent like the French. But we should be asking ourselves what
we could learn from them about children and food. It’s a conversation worth having,
because a lot is at stake.
Karen Le Billon is the author of French Children Eat Everything. April 13, 2012, 10:22 AM
In the fragment “We may be teaching our kids to eat themselves into an early grave.” (lines 6-7), may expresses the idea of
Cómo el "discurso materno" condiciona nuestra vida adulta sin que nos demos cuenta
Emol
22 de abril de 2012.
[1] "Rosario es muy buena, llora muy poco y prácticamente nunca hace pataletas". "Pablo es terrible, es
atarantado y no piensa antes de actuar". Es común que los padres se refieran a sus hijos con frases
parecidas a éstas, pensando que es sólo una opinión y que no le hacen mal a nadie. Pero, ¡cuidado!,
porque se trata de dichos que a la larga pueden condicionar la vida adulta de una persona.
[5] Así l o plantea la terapeuta familiar argentina Laura Gutman en su libro "El poder del discurso materno"
(Del Nuevo Extremo), cuyo objetivo es ayudar a las personas a comprenderse más. Según la autora,
apenas nacemos e incluso antes, los adultos determinan "cómo somos" al ponernos un "título":
caprichoso, llorón, tímido, divertido, etc. Sin embargo, esto suele ser una proyección del propio adulto
que se va quedando con el tiempo y que, en definitiva, hace que pensemos, sintamos e interpretemos la
[10] vida desde un punto de vista "prestado".
"De ese 'discurso' dependerá si nos consideramos buenos o muy malos, si creemos que somos
generosos, inteligentes o tontos, si somos astutos, débiles o perezosos", explica Gutman. La especialista
agrega que en la mayoría de los casos el "discurso" que se instala pertenece a la madre, pero es posible
que también opere el del padre o incluso el de la abuela, si ésta ha sido una figura muy importante en la
[15] historia familiar.
La terapeuta familiar acompaña procesos de indagación personal de quienes acuden a ella para saber
quiénes son y relata que en estos casos el primer paso es hacer preguntas puntuales sobre su infancia,
para determinar el nivel de "maternaje" que ha recibido. En este sentido, afirma que si la persona recibió
suficiente amparo, los recuerdos fluirán con sencillez. Sí no fue así, los recuerdos estarán teñidos de aquello
[20] que haya sido nombrado durante su infancia "y casi siempre va a aparecer el discurso de la madre".
Tras pasar por su adolescencia, sus relaciones con mujeres (en el caso de que se trate de un hombre), su
relación actual con su madre, etc., Gutman o alguno de los profesionales que trabajan con ella están en
condiciones de ponerle a la persona "las cartas sobre la mesa", de manera que pueda mirar el panorama
completo. En el fondo, lo que se hace es comparar el discurso materno con la vivencia de la persona,
[25] para que así ésta pueda tomar decisiones en su vida.
"Cada individuo trae un universo de relaciones, específico y original. El arte está en ser capaces de
descubrir la 'trama interna' en lugar de fascinarse y elaborar interpretaciones dentro de las historias
aprendidas que todo individuo carga en la mochila de la 'historia oficial'", postula la especialista.
¿Cómo lograr no imponer un "discurso" sobre los hijos?
[30] Aunque la autora asegura que su libro no se trata de la crianza de los niños, sí dedica un espacio para
ayudar a los padres a no imponerles a sus hijos sus propias proyecciones. En este sentido, sostiene que
si lo que se busca es "criarlos libres", esto no significa permitirles elegir sus juguetes o su ropa, sino que
lo que realmente importa es que los hijos puedan contar con "el apoyo y la mirada suficientemente limpia
de sus padres".
[35] Un primer paso para lograr esto -dice Laura Gutman- es que los padres indaguen sobre su historia, es
decir, que reconozcan su "sombra". "Estar dispuestos a ingresar en los territorios dolorosos y olvidados
de la conciencia. Confrontar con los hechos acaecidos durante nuestra infancia, sabiendo que ahora -
siendo adultos- tenemos los recursos suficientes, y que nada demasiado malo nos puede suceder",
explica. Según la terapeuta familiar, esto puede resultar doloroso, pero les ayudará a los padres a tomar
[40] decisiones más saludables.
Asimismo, la especialista recomienda a los padres que se cuestionen a sí mismos, que dejen de actuar de
manera automática, que reconozcan sus personajes y los guiones que siguen, lo que les permitirá decidir
no funcionar así e intentar otros modos más creativos y ricos. "Sólo entonces seremos capaces de mirar a
nuestros hijos con mayor apertura y sin tantos prejuicios, es decir, sin prejuzgarlos antes de observarlos
[45] y acompañarlos. En lugar de interpretar cada cosa que hacen y que no nos gusta, en lugar de encerrarlos
en personajes que nos calman porque los tenemos rápidamente ubicados... podremos simplemente
nombrar cuidadosamente aquello que les sucede, dándoles todo el valor real de eso que les sucede",
sostiene Gutman.
La terapeuta familiar ilustra lo que plantea con un ejemplo: "Si a un niño pequeño en lugar de decirle
[50] 'qué perezoso que eres, igual a tu padre', le preguntamos: '¿No tienes ganas de ir a la escuela? ¿Es
porque te molestan los niños?', las cosas cambian radicalmente. El niño no se calza el traje de 'perezoso
que no le hace caso a sus padres', ni ningún otro traje".
Laura Gutman advierte que lograr no imponer un discurso sobre los hijos requiere un entrenamiento
cotidiano y un permanente cuestionamiento personal; es trabajoso y comprometido; puede llevar años
[55] implementarlo de manera automática. Sin embargo, la especialista recalca que a su juicio "es el único
trabajo que nos va a ayudar a salir de los fundamentalismos (crianza con apego, crianza natural,
naturismo, co-lecho, lactancia prolongada, etc.) que son muy bonitos y políticamente correctos, pero que
funcionan también como refugios para los personajes más diversos".
En definitiva, lo que la terapeuta propone a los padres es que sean "libres", que tomen las riendas de su
[60] vida. "A partir de ese momento, seremos totalmente responsables de las decisiones que tomemos en
nuestra vida, en todas las áreas, incluida la capacidad de no encerrar a nuestros hijos -si los tenemos- en
los personajes que nos resulten funcionales", concluye.
Marque la única alternativa donde la correspondencia semántica no es correcta: